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Sinfonía Concertante KV 364 Mozart


La Sinfonía Concertante escrita por Mozart en Salzburgo en 1779, es una obra maestra muy sentida para el que no parece haber ningún precedente inmediato. Atrás han quedado los últimos vestigios de la galantería y el encanto de la década de 1770 y ahora un nuevo estado de ánimo y una nueva profundidad de la sonoridad. Mozart había visitado Manheim el año anterior, y al mismo tiempo la influencia de su estilo musical muy evidente, los resultados se lograron con recursos muy simples y es difícil creer que la orquestación sigue siendo idéntica a la utilizada para los conciertos para violín escritos cuatro años antes, es decir, dos oboes, dos trompas y cuerdas.


En el majestuoso tutti apertura del primer movimiento que apenas sale de la tónica, Mozart anuncia seis temas y a continuación fiel al espíritu del estilo concertante prodiga más nuevas melodías, indicadas en su mayoría por los solistas en la exposición y desarrollo del tema. Una característica notable es el uso del largo crescendo dramático que Mozart aprendió seguramente de Manheim.


A medida que el Tutti abre matices de distancia hay un momento de puro encanto cuando los solistas entran en un largo unísono octava sostenida para comenzar su dialogo maravilloso. Cuando finalmente se alcanza la recapitulación de sus funciones originales se invierten con la viola tocando las notas primeramente en el violín de una Cadencia de Mozart que lejos de ser meramente un despliegue de virtuosismo se aumenta la tensión antes de que el corto Titti en las que se puede oír los murmullos finales del Crescendo aprendido en Manheim para la cuerda grave justo antes de la coda.

El movimiento Andante en Do menor con sus frases melancólicas y sus conmovedoras armonías cromáticas nos reflejan tal vez los sentimientos por los que pasaba Mozart por la muerte de su madre tan solo unos meses antes.


Y como una liberación de las tensiones anteriores tenemos el Final Presto que pone un ritmo tremendo y parece exaltar en un sentido de libertad que, aunque sigue siendo un producto de la juventud, se templa ahora por un maduro sentido de la proporción y el equilibrio. El movimiento es de hecho un rondo con dos episodios, en los que Mozart, de nuevo se mantiene fiel al principio concertante, da los solistas varias melodías que se mantienen casi en su totalidad a sí mismos.


Y el tutti que reaparece para poner fin a esta obra maestra.


Ahora escuchemos a Jascha Heifetz en el violín interpretando esta obra para El Arte del Violín


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