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Un Violinista Genial


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Albert Einstein empezó a tocar el violín con seis años, y tuvo 10 violines entre 1920 y 1950 —celebró la confirmación de su teoría en 1921 comprándose uno más. Sus gustos no podían ser más clásicos —Bach, Mozart, Schubert, Schumann y nada de Wagner— y es muy posible que guarden relación con su ciencia. No en un sentido directo —ninguna de sus teorías se basó en la música—, sino en uno más profundo y recóndito: en la búsqueda de una estructura, de un sentido del todo, de un auto consistencia que no se deriva de los datos, sino de un imperativo armónico o estético.

La música era una válvula de escape de sus emociones. A los 6 años empezó a tomar lecciones de violín, pero muy pronto las prácticas le resultaron tan duras que le arrojó una silla a su profesora, quien salió huyendo de la casa hecha un mar de lágrimas. A los 13, el físico descubrió las sonatas de Mozart. El resultado fue una conexión casi mística, dijo Hans Byland, amigo de Einstein desde la secundaria. "Cuando su violín empezó a cantar -le dijo Byland al biógrafo Carl Seelig-, las paredes de la habitación parecieron alejarse... Por primera vez apareció ante mí Mozart en toda su pureza, iluminado con las puras líneas de la belleza helénica, pícaro y travieso, poderosamente sublime."

Desde 1902 hasta 1909, Einstein trabajó seis días por semana en una oficina de patentes suiza, dedicando su tiempo libre a la investigación en el campo de la física, su propia "travesura". Pero la música también era su alimento, particularmente la música de Mozart, que se encontraba en el núcleo de su vida creativa. Y así como las travesuras de Mozart escandalizaron a sus contemporáneos, Einstein llevó en su juventud una vida notablemente bohemia. Su estudiada indiferencia a la ropa y a su desgreñada melena oscura, junto con su amor por la música y la filosofía, lo hacían más semejante a un poeta que a un científico.

Tocaba el violín con pasión y con frecuencia lo hacía en veladas musicales. Encantaba al público, particularmente a las mujeres, una de las cuales afirmó: "Tenía esa clase de belleza masculina capaz de causar estragos". Einstein también coincidía con la capacidad de Mozart.

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Einstein conservó hasta el final de su vida un vivo amor por la música. Fue precisamente la música lo que le permitió conocer a Besso, otro apasionado de ella, durante una velada musical en Zurich, probablemente hacia 1897. Einstein acostumbraba tocar el violín para sí mismo como un arma de descanso y relajamiento; lo hacía con talento y musicalidad suficientes como para haberse atrevido a tocar en más de una ocasión en público para colectar fondos con fines de beneficencia. Sus compositores predilectos eran Bach y Mozart, así como italianos como Vivaldi, Scarlatti o Corelli; mostraba un claro desinterés por los compositores del siglo XX, e incluso muchos del siglo pasado. Sobre Beethoven dijo que lo respetaba, pero que le resultaba demasiado dramático y personal. Y de Wagner expresó que admiraba su inventiva, pero que la ausencia de estructura la veía como decadente y que su personalidad musical le parecía ofensiva, por lo que su música le producía disgusto.

Presionado para que expresara en público su opinión musical —su inmensa popularidad hacía que los periódicos y revistas recurrieran a él para todo tipo de asuntos—, Einstein señaló que en lo referente a música él no recurría a la lógica, sino que procedía de manera intuitiva y no conocía de teorías musicales. Pero para que una pieza musical le pareciera bella era necesario que él pudiera intuir una unidad interna, la existencia de una arquitectura. Así por ejemplo, comenta que Schubert es uno de sus compositores favoritos por su habilidad superlativa para expresar emoción y su enorme capacidad de invención melódica; pero que en sus trabajos mayores lo perturba precisamente la falta de arquitectura.

En enero de 1938 Arturo Toscanini recibió la Medalla Norteamericana Hebrea; para esa ocasión Einstein escribió lo siguiente, que tiene un valor que excede en mucho la circunstancia para la que fue escrito: "Sólo quien se entrega a una causa con todas sus fuerzas y toda su alma puede ser un verdadero maestro. Por esta razón, la maestría demanda todo de una persona y Toscanini lo muestra en cada manifestación de su vida".

Londres. Cierto día, según se cuenta, Albert Einstein tocaba cuartetos de violín con su amigo Fritz Kreisler, el gran violinista vienés. Einstein cometió un error. “Lo que pasa –le dijo Kreisler– es que no sabes contar.”

Existen varias versiones de esta anécdota. Pero lo indiscutible es que el descubridor de la teoría de la relatividad era también, en su tiempo libre, un dedicado violinista. “Si no fuera físico, probablemente sería músico –dijo alguna vez–. A menudo pienso en música. Sueño despierto con música. Veo mi vida en términos musicales… De la música derivo mi mayor alegría en la vida.”

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En una oportunidad, Einstein dijo que, mientras Beethoven creó su música, la de Mozart "era tan pura, que parecía haber existido en el universo desde siempre, esperando a ser descubierta por su dueño". Einstein creía lo mismo respecto de la física, que más allá de las observaciones y la teoría se encontraba la música de las esferas... que, según escribió, revelaba "una armonía preestablecida", ya que expresaba asombrosas simetrías.

Las leyes de la naturaleza, tal como las de la teoría de la relatividad, estaban esperando que alguien con un oído atento las recogiera del cosmos. Así, Einstein no atribuyó tanto sus teorías a laboriosos cálculos, sino más bien al "puro pensamiento". Einstein estaba fascinado con Mozart y percibía una afinidad entre los procesos creativos de ambos, así como entre sus historias de vida. De niño, Einstein era un alumno mediocre en la escuela.


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