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Las escuelas del violín (primera parte)


Todo lo que se puede oír y ver en nuestros días, todas las informaciones que se pueden espigar sobre el pasado incitan a relativizar el concepto de la escuela. En efecto, violinistas salidos de las mismas clases, formados en la misma técnica, tocando instrumentos hermanos, nos parecen diferentes por su personalidad, su estilo, sus preocupaciones y por su manera de transmitir la emoción. Es que, hablando de escuelas, uno se ve obligado a hablar de cultura e incluso de universo cultural, de contexto nacional, cosas todas ellas quizá más subjetivas que objetivas y que, si no los niegan, trascienden por lo menos los conceptos de escuela o de tradición. Casi podría decirse que cada violinista constituye una escuela él solo. No obstante, se pueden detectar ciertas corrientes, ciertas similitudes, ciertas propiedades de ejecución en los violinistas que han marcado la historia del violín y han trazado redes de filiación más o menos claras. Pero más bien que proceder cronológicamente (de Tartini a Schlomo Mintz), hemos escogido fijar las afinidades estéticas entre violinistas a los que aparentemente nada les une.

La historia de la interpretación violinística revela claramente la existencia de dos actitudes frente a la música. La una, que podríamos calificar de seductora, intuitiva, virtuosa, subjetiva. La otra, atenta al texto, racional y objetiva. David Oistrakh es uno de los más bellos ejemplos de síntesis de estas dos opciones: un sonido sublime, luminoso y pleno; un estilo de una gran elegancia, de una pureza absoluta; un pudor muy grande. Oficialmente es el representante de la escuela rusa. No obstante, en el plano técnico se le debe clasificar en lo que se llama la escuela franco-belga, que aconseja apoyar el arco en la segunda falange del índice, colocar el codo a la altura de la cuerda que se toca y nunca más arriba, no sostener el violín demasiado al exterior, mientras que la escuela rusa clásica preconiza sostener el arco al fondo del índice, sobre la tercera falange, con objeto de obtener mayor rendimiento sonoro al precio de un menor esfuerzo. Preciso es decir que en la época en que Oistrakh se da a conocer en Occidente existe ya una sólida tradición del violín ruso, que pasa principalmente por Leopold Auer ( 1845-1930), uno de los grandes pedagogos de fines del siglo XIX (con Hubay, Sevcik y otros) que crearon la escuela del violín moderno; formó a casi todos los violinistas que representaron algo hasta los años sesenta: Heifetz, Milstein, etc. Sus propios métodos y los recuerdos dejados por Carl Flesch muestran que Auer buscaba ante todo la pureza del sonido y la precisión, cualidades que Oistrakh poseía en el más alto grado.


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